Ana Belén, Sancho Gracia, Juan Diego, Juan Luis Galiardo, Guillermo Montesinos (con quien compartió piso en Madrid), Juanjo Otegui, Paco Casares, Santiago Ramos. Todos preguntaban por Miguel Aristu cuando llegaban a Las Palmas por cosas de trabajo. Aristu nació en Pamplona en 1943 y vive en Las Palmas desde los 14 años. En 1962, con 19, marchó a estudiar cine a Madrid. Y durante quince años fue un conocido actor de teatro, cine y televisión. Pero en 1977, con 34 años, abandonó la actuación. Volvió a Gran Canaria. “Ahí empezó mi segunda vida”, me confiesa un viernes de abril en la cafetería La Crema, Dulces y Salados su negocio en los últimos veintiocho años, desde hace veinticinco en el número 14 de la avenida Primero de Mayo de Las Palmas. Pero el gusanillo de la escena no desaparece. Regresó al teatro en 2003, con sesenta años.

Miguel Aristu, en un programa del segundo canal de TVE en los años 60 y, 40 años después, en la obra «Abre el ojo». / OAC
Renombrados actores y actrices españoles buscaban a Miguel Aristu cuando recalaban en Las Palmas por cosas de trabajo. Así fue como entró en contacto con el director Jesús Franco en 1979, cuando aún no le había dado tiempo a acostumbrarse a su nueva vida tras abandonar las tablas. Aristu aceptó el ofrecimiento de trabajar en La chica de las bragas transparentes, película clasificada “S” rodada en Gran Canaria con Rosa Valenti, Lina Romay y Antonio Mayans en el reparto. “La primera escena era una de cama con Lina (que ya entonces era la mujer de Jesús), en el hotel Imperial Playa. Mayans decía entre bromas que Jesús hacía la película porque quería acostarse con la Valenti. Rodamos en el Jardín Canario, en el pub Yurfa de la calle Perdomo, en el parque Santa Catalina. “Jess” Franco [fallecido el 2 de abril de 2013, Lina falleció un año antes] era espléndido en sus rodajes. Eso sí, un equipo muy reducido. Pero buena comida, vino exquisito. Y era una enciclopedia del cine. Un sabio”.
Franco volvió a Las Palmas dos años después y contó otra vez con Aristu para La tumba de los muertos vivientes (1982). “Era una producción francesa. Rodamos una semana en las dunas de Maspalomas. Y nada más terminar regresamos a Las Palmas y rodamos algo que no tenía nada que ver, una escena en la que me acuchillaban en una discoteca del puerto. Supongo que para otra película. Jesús Franco era así. Recuerdo verlo en el Jardín Canario rodando el cielo a contraluz una maqueta de una nave espacial que le movía Antonio Mayans, también para otra película diferente.”
Miguel había descubierto su vocación por su hermano Jesús Aristu, diez años mayor que él, actor también y durante muchos años realizador en Televisión Española en Canarias. “Soy muy tímido y observador, dos cualidades que suelen tener los actores.” De familia numerosa -es el sexto de doce hermanos- y viajera por el trabajo del padre – directivo en el Banco de Bilbao-, vivió desde los cuatro años en Murcia. A los catorce recaló con la familia en Canarias. Hoy, 59 años después, recuerda que lo primero que hizo su padre fue llevarlo al parque de San Telmo. “Mis hermanos mayores, que habían llegado antes que yo, solían pasar la tarde allí. En 1957 el mar llegaba a los límites del parque, donde también estaba la estatua de Pérez Galdós. Aún recuerdo la angustia que me causó ver mar por todos lados por primera vez en mi vida. Sentí que nunca más podría salir de aquí”. Dos años después, recuerda una compañía de actores que montaron una carpa en la zona. “Vinieron para dos semanas y estuvieron cuatro o cinco meses. Con varias obras populares que iban rotando cada semana. Llenaban. Lo divertido es que con los años trabajé con algunos de ellos. Y me contaban aquella experiencia en Canarias como de las mejores de su vida”.
En 1962 Miguel Aristu ingresa en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, un centro de referencia creado en el marco de las políticas aperturistas del Franquismo. Junto a películas afines a la dictadura, surgían autores discordantes que serían claves en el cine español. Compartió promoción con José Luis García Sánchez, que sigue siendo su amigo. También con Víctor Erice y Manuel Gutiérrez Aragón. Recibió clases de José Luis Borau y Julio Diamante. “Al acabar formamos una compañía de teatro independiente, Los Goliardos, dirigida por Ángel Facio, que fue pionera en España por su carácter contestatario y rompedor. Después me casé y tuve dos hijos. Eso me obligó a buscar trabajo en compañías profesionales. Empecé a hacer cosas por necesidad. Seguramente ahí está el punto de inflexión para que en 1977 decidiera dejarlo todo».
En ese tiempo Miguel Aristu fue uno más del mundillo teatral. Trabajó con los grandes. Afines y contrarios a la dictadura. José Bódalo, Antonio Ferrandis, José Sacristán, Alfredo Landa, Héctor Alterio. Con directores de cine y televisión como Juan Antonio Bardem, Mario Camus, José Luis García Sánchez, Pedro Lazaga, Imanol Uribe. Participó en los Estudio 1 de Radio Televisión Española, teatro televisado de enorme popularidad en los setenta. También en la segunda temporada de la serie Curro Jiménez. Un solo capítulo, pero que le sigue dando fama y dividendos. “Descubres lo curioso del fenómeno de la televisión. Cómo al día siguiente de una emisión la gente se te queda mirando por la calle. Para los que nos dedicamos al teatro es un fenómeno nuevo. Porque el mundillo teatral es muy endogámico. Empiezas a enganchar una cosa con la otra y parece que no hay más mundo fuera.” Y salía en las revistas. Entre risas me muestra un Pronto de 1976 que destacaba sus rasgos de “macho” y lo denominaba un “John Garfield a la española”.
Murió el dictador Franco en 1975 y el actor celebró los tres días de luto oficial de vacaciones en Baqueira Beret. De aquellos años de revueltas recuerda la impresión que le causó haber llegado a casa un mediodía de 1973 y que la televisión solo emitiera música sacra. “ETA había hecho saltar por los aires al presidente del Gobierno Carrero Blanco. En 1977 recuerdo la explosión de alegría tras la legalización del Partido Comunista de España, con la Gran Vía madrileña llena de banderas rojas”. Aristu tampoco olvida fiestas salvajes en una casa de la calle Luna de Madrid, donde un jovencísimo Pedro Almodóvar proyectaba sus cortos en súper-8. Tan precarios que no llevaban sonido. El manchego se encargaba de relatar lo que pasaba a viva voz. “España era esencialmente cutre. Y la profesión teatral es muy dura. Se trabaja muchísimo y sin garantías. Recuerdo de la época de Los Goliardos un viaje de Madrid a Granada en furgoneta. Fue llegar, montar el escenario, actuar, desmontar y regresar la misma noche. Y en todo ese tiempo comer solamente un bocadillo.”
Miguel Aristu pasó un mala racha. Y durante un gira teatral por España con paradas en Gran Canaria y Fuerteventura un familiar en Las Palmas le ofreció emprender un negocio. Se lo pensó una semana. En Mallorca, siguiente escala de la gira, decidió dejarlo todo. Se volvió a la isla. “Así terminó mi primera vida. Primero monté un bazar con tienda de cómic en Las Canteras. Después una librería, El buscón, en la calle Perdomo con Pérez Galdós, aunque la trasladé a la calle Viera y Clavijo. Pero terminaba cada año y debía cien mil pesetas más. Así cambié los libros por cruasanes”.
Se casó por segunda vez en Las Palmas. Tuvo otro hijo, que hoy estudia en Madrid. La Crema, Dulces y Salados, empezó siendo una cruasantería en la calle Viera y Clavijo, junto a la tienda de instrumentos musicales Picholi. Y desde hace veinticinco años es una cafetería en el número 14 de la calle Primero de Mayo con producción propia de dulces y servicio de catering. Con Aristu jubilado, lo regenta su mujer María José. Su tarta de limón tiene fama en el barrio.
Durante veintiséis años, a Aristu no le interesó nada de lo que ocurría en la escena local. “Descubrí que había vida más allá. Entré en contacto con personas de otros oficios, con otras vocaciones. Eso me enriqueció. Al teatro he seguido vinculado por las páginas de Cultura de El País y la suscripción que mantengo a una revista. Pero es inevitable distanciarte. De vez en cuando también me encontraba de casualidad con compañeros de profesión. Estando en esta cafetería a mitad de los noventa descubrí de repente a Miguel Hermoso y Santiago Ramos rodando en las escaleras de enfrente la película Como un relámpago. No dejar la profesión, como me confesó Santiago, exigía enormes sacrificios. Él mismo estuvo una época en lo más bajo. Sin familia, sin hijos, quizás me lo hubiera podido permitir. Pero no era mi caso.”
Y llegó 2003. El director teatral Nacho Cabrera le ofreció en Las Palmas participar en Cuando las mujeres asaltaron los cielos, una reinterpretación del Macbeth de Shakespeare. “De alguna forma era una vuelta al teatro independiente de Los Goliardos. En Las Palmas existía ya un tejido teatral más desarrollado. Acepté. Fue una gran experiencia, aunque no hicimos todas las funciones que merecía la propuesta”. Después llegó la que sería su mejor experiencia hasta hoy: El alcalde de Zalamea, con 2RC, de Rafael Rodríguez. “Tiene mérito que en Canarias haya quien esté dispuesto a montar obras clásicas. Rodríguez es un director joven con una formación muy sólida. Con El alcalde de Zalamea llegamos a hacer una gira por Estados Unidos y México. El Paso, Tijuana, Ciudad Juárez, Nueva York. Me recuerdo cantando en el río Bravo la misma canción de la película de Howard Hawks. Aquella banda sonora se escuchaba mucho en casa. Después actué en Abre el ojo, de la misma compañía. Un montaje y unos decorados brillantes para una muy arriesgada adaptación de un clásico a una historia situada en Las Palmas en los años 20 del siglo pasado. Estuvimos en los festivales de Almagro y Olmedo con muy buenas críticas.”
Pero llegó la crisis y se cortaron las alas. “Hoy hay gente en Canarias que se dedica al teatro de forma competente y profesional. Jóvenes formados y compañías que han acumulado experiencias de muchos años. Es una pena que en tiempos de crisis siempre pague primero la cultura. Y con el teatro pasa en España que es como si existiera una pared entre él y la sociedad. No acaba de integrarse de forma fluida. Pero ahora lo que toca es adaptarse. Y la salida está en soluciones escénicas de pequeño formato para un público reducido. Y que los actores se junten en cooperativas para montar obras entre ellos.”
Miguel Aristu se despide declarándose admirador de intérpretes como Kevin Spacey o William Hurt. “Son actores enormes que cuando entran en escena llevan su trabajo de interpretación más allá del personaje.” Cualquier tarde se le puede ver tras los cristales de La Crema. Sigue leyendo El País. “Que haya riesgo y que me guste mi personaje son los dos factores claves para volver a subirme a un escenario. Ahora mismo estoy valorando una oferta. Es una propuesta de altos vuelos, muy arriesgada, de Rafael Rodríguez. Solo me falta conocer cuál es mi personaje para decidirme”.