“Aparceros”, Ramón Saldías y el cine en Canarias


Una versión más corta de este texto se publicó el sábado 21 de octubre de 2023 en el periódico La Provincia.

Algo debía funcionar mal en España cuando el mérito extraordinario de unos cineastas resultó ser haberse echado una cámara al hombro para retratar -y mostrar- lo que todos los ojos a simple vista, si miraban, podían ver. En Canarias, en 1972, dos vascos, uno de 31 años y otro de 29, Jesús Almendros y José María Arza, lo hicieron apoyados en otro de 34 que ya era hombre de cine, Ramón Saldías (Bidart, 1938). Fue después de que el grupo empezara a colaborar en la revista canaria Sansofé escribiendo las páginas de cine bajo el nombre de Equipo Ikastor.

Fueron precisamente las personas ligadas a ese “nido de rojos” -según expresión franquista que rememora Ramón Saldías- “que aglutinaba a personas como José Carlos Mauricio, Jerónimo Saavedra, José Antonio Alemán y Alfredo Herrera Piqué”, muchos militantes entonces del “pecé” (Partido Comunista de España), quienes pusieron a Almendros, que trabajaba de aparejador construyendo el hotel IFA de Playa del Inglés, en el sur de Gran Canaria, en la pista de filmar lo que pasaba donde el turismo no llegaba. En esas plantaciones de tomates que identificabas cuando, de camino a sur de Gran Canaria, por la ventanilla del coche veías pasar unas construcciones triangulares grises de palos de caña seca –cucañas-, que muchos niños pensábamos que eran tiendas de indios como las que salían en las películas del oeste.

Un momento de la proyección de «Aparceros» en el Museo de la Zafra de Vecindario (Gran Canaria) el pasado 18 de octubre. / LUIS ROCA

El gran mérito de Jesús Almendros, José Luis Arza y Ramón Saldías, acompañados de Maite Beltrán, novia de este último, fue dar un pequeño pero significativo paso: ir y filmarlo. El que fueran vascos y no canarios ayudó, seguramente, a que no les pudiera el miedo.

El miércoles 18 de octubre de 2023, a las 19 horas, se proyectó una copia restaurada por Filmoteca Canaria del cortometraje documental de 18 minutos de duración “Aparceros” en el Museo de la Zafra de Vecindario. Fue filmada en 1972, terminada en 1973 y estrenada en 1977, pues no pasó la censura franquista. Al acto acudieron su director, Jesús Almendros, su director de fotografía, Ramón Saldías, y Maite Beltrán, mujer de Saldías, encargada de rodar el “making of”, que también se proyectó, fundamentalmente imágenes de Saldías y Almendros filmando valiéndose del Seat 600 del productor. Arza, bien de salud y muy ligado al sindicato Comisiones Obreras todavía hoy a sus 79 años, no acudió por motivos personales.

Que el empuje de su hija sirva para que el Gobierno de Canarias, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas sellen, de una vez, el reconocimiento definitivo que merece

También se proyectaron unas imágenes filmadas por Saldías de movilizaciones de aparceros en 1982 frente a la presidencia del Gobierno de Canarias, cuando estaba en el palacete de San Bernardo de la capital grancanaria. Fue presentado por Onintze Saldías, hija menor de Ramón y Maite. Y sí, algo sigue funcionando hoy mal en el cine en Canarias cuando la iniciativa de esta proyección, enmarcada en el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual que todos los años conmemora Filmoteca Canaria (Gobierno de Canarias), es de la propia hija de Saldías, que ese mismo día, además, acababa de recibir las primeras pruebas del libro que ella misma ha escrito sobre su padre, editado por el Cabildo de Gran Canaria. Lo presentó dos días más tarde.

EL CONVERSATORIO

En el conversatorio posterior a la proyección tomaron la palabra personas que habían sido aparceros, ya fueran niños, ayudando a sus padres, o adultos. Entre el público estaba también el que fuera alcalde de Santa Lucía desde 1979 durante 26 años, Carmelo Ramírez, hoy consejero del Cabildo de Gran Canaria. El museo sorprendió gratamente al propio Jesús Almendros, que reside en el Puerto de Santa María (Cádiz). Los paneles a ambos lados de la zona, habilitada como sala de proyección, mostraban la historia y características elementales del cultivo del tomate, que en Gran Canaria empezó en 1885.

Un momento de la proyección de «Aparceros» en el Museo de la Zafra de Vecindario (Gran Canaria) el pasado 18 de octubre. / LUIS ROCA

Alguien dijo que nadie en Vecindario debería no conocer el Museo de la Zafra donde nos hallábamos. Mi acompañante Saulo pensó que decir “nadie en Canarias” hubiera sido más acertado. Otra añadió que las condiciones de penuria que retrataba el documental eran reales, que incluso se quedaban cortas, añadiendo que muchas veces para comer, el padre de la familia ordeñaba una cabra, mezclaba la leche con gofio en una escudilla y de ahí, cada uno con su cuchara, cogían todos.

Alguien quiso puntualizar que la zafra del tomate se extendía más de los siete meses que se le atribuyen oficialmente, porque, por lo menos antes de que llegaran los invernaderos, había que sumarle, al menos, dos meses más de preparación de la tierra, “trabajo que no era remunerado”.

Alguien dijo que las madres protegían a sus hijitos tapándolos con plásticos del azufre de los pesticidas que se echaban desde avionetas sobre las plantaciones. Y que no se sabe cuántos murieron por el efecto de estos pesticidas.

Alguien afirmó sin tapujos que los patrones “eran unos ladrones”, que muchas veces no cumplían con la paga a final de mes con cualquier excusa. También, que estos buscaban para el trabajo a los perfiles más sumisos y a las familias que tuvieran más hijos, porque los niños también trabajaban -“en esa época no era obligatorio ir al colegio”- y eso significaba más mano de obra, “y encima gratis”. Que a muchos los traían del norte de la isla con promesas de que no les faltaría de nada y que al empresario no le gustaba la gente revoltosa.

Alguien dijo que el sumiso de mayor rango del patrón era el que llamaban “el encargado” de la finca (piensen en el personaje interpretado por Agustín González en la película de 1984 dirigida por Mario Camus “Los santos inocentes”, basada en la novela homónima de Miguel Delibes) y que, además, tenía a unos hombres que denominaban “topillos” para captar a los sumisos. También, dijo que había quien se ocupada de seleccionar a los hijos más estudiosos de las familias para apuntarlos como seminaristas.

Alguien dijo que el patrón escogía a chicas guapas de la aparcería si celebraba alguna fiesta privada y que se refería a las mujeres como cabras cuando se enteraba de que una había vuelto a parir. Parían en las cuarterías, entre los cerdos y rebaños de cabras que también cuidaban, pues alguien recordó que aún no se había construido la Clínica del Pino en Las Palmas de Gran Canaria.

Un momento de la proyección de «Aparceros» en el Museo de la Zafra de Vecindario (Gran Canaria) el pasado 18 de octubre. / LUIS ROCA

Alguien dijo que las mujeres trabajaban embarazadas casi hasta el momento del parto, y que, a diferencia de los hombres, seguían trabajando en la casa, con los niños y la comida, cuando la jornada había terminado, “de sol a sol y en muchas ocasiones también las noches”. Mientras tanto, el hombre esperaba por la cena en la mesa con una botella de ron. Que el ambiente habitual en las familias en tales circunstancias era hosco. Una mujer dijo que “gracias a Dios” ella logró sacar a sus hijos adelante sanos, y que ahora trabajan en otras ocupaciones que no son la aparcería. Que con el dinerito que fue ganando se construyó la casa en la que todavía hoy vive.

Alguien dijo que en las infraviviendas donde vivían los aparceros, como muestra el documental, no había ni luz ni agua corriente. Alguien añadió que, si un niño enfermaba, había que llevarlo primero al médico de Agüimes y, si no estaba, al de Ingenio, si no, al del Carrizal, que tardaban en ir y venir todo un día, y que muchos morían en el camino. Que por ese motivo había una zona del cementerio habilitada para enterrarlos.

Alguien dijo que las madres protegían a sus hijitos tapándolos con plásticos del azufre de los pesticidas que se echaban desde avionetas sobre las plantaciones. Y que no se sabe cuántos murieron por el efecto de estos pesticidas, porque es un asunto sobre el que se echaron toneladas de tierra para taparlo y que alguien debería hacer un documental hoy para denunciarlo. Alguien dijo que, como niña que fue de esa época, su infancia a pesar a las penurias fue feliz.

Alguien dijo que vivían en chozas que se mojaban por dentro cuando llovía y se protegían del frío con mantas roídas, que enfermedades como la sarna y la tiña eran moneda común. Una niña aparcera, hoy mujer de 44 años, recordaba que muchos años sus padres no tuvieron para regalarles por Navidad y que, una vez, su padre los despertó para decirles que los Reyes Magos ese año sí habían venido y el regalo era una naranja y un palo de bizcocho.

En el coloquio después de la proyección, lloraron muchas personas que tomaron la palabra, algunas desconsoladamente.

En el turno de palabras después de la proyección lloraron muchas personas que tomaron la palabra, algunas desconsoladamente. Lloró Onintze Saldías, lloraron sus padres y lloró hasta la responsable de Filmoteca Canaria, María González-Calimano. A la petición de Jesús Almendros para que el público expresara sus vivencias y recuerdos en un sitio tan especial primero se respondió con silencio, pero poco a poco el público que llenaba el aforo sentado en modestas sillas plegables de madera se lanzó.

De izquierda a derecha, Onintze Saldías, Ramón Saldías, Jesús Almendros y Maite Beltrán, en el coloquio posterior a la proyección de «Aparceros» en el Museo de la Zafra de Vecindario (Gran Canaria) el pasado 18 de octubre. / LUIS ROCA

JOYA

Yo no tomé la palabra en el evento para no restarle protagonismo con una disertación erudita sobre el filme “Aparceros”, inútil en comparación con lo que ellos habían vivido y compartían con la emoción desbordada. Pero la tomo aquí: “Aparceros” es, en su transparente sencillez estructural, una de las -escasas- joyas del cine canario del siglo XX. Además, es una de las dos únicas muestras de documental político que ha dado la historia del cine de Canarias en el siglo XX -el otro es “Tenerife” (1932), de los franceses Yves Allégret y Eli Lotar, este último cámara de Luis Buñuel en “Las Hurdes. Tierra sin pan” (1932)-.

Una película de obligado visionado para conocer nuestro pasado y entender nuestro presente. Una pieza que te da latigazos en los ojos que provocan dolor, rabia, asombro y emoción. Un filme casi enteramente mudo, acompañado en la banda sonora por canciones folclóricas, entre ellas la clásica “Polka frutera” de Los Sabandeños.

Una película en tres actos, el primero, la vida de los turistas en los hoteles del sur, bañadores, solaz, paella y botas de sangría; el segundo, la vida en la aparcería, escasez de agua, barrigas desnutridas, pies desnudos y espaldas encorvadas; y el tercero, las fiestas a las que acudían los aparceros en sus momentos de asueto, los cochitos de choque, la banda de música avanzando rodeada de chiquillos por el pedregal (recuerda a películas de Emir Kusturica) interpretando el “Y viva España” de Manolo Escobar, las peleas de gallos y la lucha canaria. Así termina, congelando la imagen de uno de los luchadores después de ser tumbado.

Una niña aparcera, hoy mujer de 44 años, recordaba que muchos años sus padres no tuvieron para regalarles por Navidad y que, una vez, su padre los despertó para decirles que los Reyes Magos ese año sí habían venido y el regalo era una naranja y un palo de bizcocho.

El extraordinario legado cinematográfico de Ramón Saldías, hombre de risa espontánea y espíritu conciliador, desde 1972 siempre acompañado por Maite Beltrán, y de cómo es posible que, para ponerlo en valor, la iniciativa haya tenido que partir de una hija sin que ninguna institución pública ni regional ni insular ni local haya siquiera apuntado nada en ese mismo sentido antes, habla la terrible debilidad de las actuales estructuras públicas del cine en Canarias, especialmente en Gran Canaria.

Saldías no ha sido importante solo por su trabajo en “Aparceros”. Es, además, el primer cineasta profesional de la historia reciente de Canarias. También, el director y productor de la primera película canaria que compitió en el festival internacional de cine de San Sebastián, el más importante de España, “El camino dorado” (1979). Y el primero en hacer una película de kárate en España, “Kárate contra Mafia” (1981), que lo convirtió -a su pesar al principio y en su beneficio con el paso de las décadas- en una de las más genuinas expresiones del Ed Wood español, el director norteamericano que creó la serie Z en el cine. Quizás la inspiración le vino de sus trabajos como director de fotografía del incombustible Jesús Franco en los rodajes de sus largometrajes en Gran Canaria en los 70 y 80, «el tío Jess» filmó quince.

Con “Kárate contra Mafia”, que firmó como Sah-Di-A, vivió en 2016 en París el mayor acontecimiento de su vida, a sus 78 años firmó autógrafos por primera vez, como invitado especial del festival “La nuit Nanarland”. La película fue proyectada en el cine Le Grand Rex de la capital francesa. Saldías dice que la hizo para demostrar el cine que se podía hacer en Canarias.

Ramón Saldías es también el último en hacer una serie de dibujos animados con técnica analógica en España (“El chou de Cho-Juá”, 1996), sobre el personaje de Eduardo Millares. Además, su archivo fílmico, tanto de películas -30.000 metros de celuloide- como de equipos, frutos de innumerables trabajos para televisión y publicidad a través de su empresa Aske Films, creada en 1973, retrata como ningún otro los años 70 y 80 en Gran Canaria especialmente, pero también en Canarias, siempre con una mirada comprometida. Suyos son dos de los spots emblemáticos de la historia de la publicidad local, el de Mosfertil, protagonizado por Albino Graziani, y el de Ikea, con un personaje llamado Pepe que llegaba a una ciudad de Las Palmas donde se extrañaba de que no hubiera nadie. Hasta hace poco todo ese archivo se lo había llevado al País Vasco, donde reside desde 2004, fruto de desencuentros con las instituciones canarias. Pero el trato dado al material por la Filmoteca Vasca fue altamente decepcionante. En 2022 lo ha devuelto íntegramente a Canarias.

Los canarios tuvimos suerte de que Saldías nos visitara cuando vino de Euskadi para trabajar en la costa africana en los años 60 y pasara más de 30 años entre nosotros, encendiendo a golpe de claqueta nuestra memoria. Canarias tiene que corresponderle ahora. Que el empuje de su hija sirva para que el Gobierno de Canarias, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas sellen, de una vez, el reconocimiento definitivo que merece.

Así salió publicado el texto en la versión más reducida que publiqué en el periódico La Provincia, el 22 de octubre de 2023.

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