Si el tailandés Weerasethakul supiera qué disfraces visten algunos de sus defensores cambiaba no de oficio sino de especie. Se haría simio, por nombrar una que tiene más futuro por lo que este verano pasado nos ha vuelto a recordar el cine.
Nada bueno ha traído casi nunca el verano para el buen cine de estreno. Solo sobrevive el filme que ya desde los cajones de salida partía como caballo ganador. Blackthorn, sin destino, el western de Mateo Gil, funcionaría mucho mejor en los fríos ambientes de salas de V.O. que cabalgando bajo el sol inclemente sobre la arena estival. Y así sucumbió en una taquilla para la cual nunca estuvo pensado. ¿Quién decidió que se expusiera al veredicto popular en plena alerta por temperaturas? El talento del canario Gil en cambio sí aguantó el tipo, y hoy, con Juan Carlos Fresnadillo, es de esos cineastas raros de producción lenta y prestigio creciente. Para Canarias es un hito sin precedentes que dos isleños sean referencia para el cine español de vocación más internacional. Este otoño Blackthorn mide sus fuerzas nada menos que en la taquilla USA. Ojalá la presencia de Sam Shepard -a quien descubrí también este verano haciendo de cornudo irresistible treinta años ha en la hermosísima Días del Cielo (Days of Heaven, 1978) de Terrence Malick- ayude a la película producida por Andrés Santana en su tránsito por esa otra vida que es el mercado norteamericano.
Una de las grandes apuestas de Hollywood para el verano que pasó, El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011), mata la magia de la inestable, técnicamente imperfecta, película inaugural de Franklin J. Schaffner (El planeta de los simios, Planet of the Apes, 1968) como parábola del destino de la Humanidad. La nueva de Hollywood solo ofrece una tecnología tan impecable como hortera, huera. Desde el título es pretenciosa y eso ya la hace lindar con el ridículo. Dicen los que saben de eso que los guiños a la protagonizada por Charlton Heston son muchos y reverenciales. No se trata de hacer leña de la secuoya caída. No es más que una película del montón, de las muchas que Hollywood ha venido produciendo para rentabilizarlas bajo la protección de una costosísima sombrilla promocional.
Algo mejor me fue con Super 8 (J.J. Abrams, 2011), aunque a uno le hubiera gustado más que en vez de inspirarse en el mejor cine comercial USA de la década de los 80 lo hubiera hecho en el cine de los 70, ó 60, 50, 40, 30, 20. Cualquiera de esas décadas fue mejor para el séptimo arte, también el entendido en su versión más comercial. La de los ochenta instauró gracias a Steven Spielberg en su faceta de productor –E.T. (1992), Poltergeist (1982), Gremlins (1982), En los límites de la realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983), Los Goonies (The Goonies, 1985)- la moda de las tontorronas películas con protagonistas en la adolescencia o sus límites. Nada más que una estrategia de marketing para atraer a toda la familia a las salas. Estrategia que por suerte ha colapsado 30 años después.
Poderosos filmes técnicamente modestos pero narrativamente ambiciosos. Y hermosos. La indomable Rosetta y el fiel Igor ambos prematuramente adultos, viven sus conflictos con la cámara de los belgas detrás del hombro.
Mucho bueno -casi siempre- ha traído sin embargo el verano para el buen cine de reestreno. Rosetta (1999, Palma de Oro y Mejor Actriz en Cannes, Émilie Dequenne) y La promesa (La promesse, 1996, Premio Mejor Película Extranjera de la Asociación de Críticos USA), películas del último lustro de los noventa de Luc et Jean Pierre Dardenne, y El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, 2008, Mejor Guión en Cannes), son justamente lo contrario. Poderosos filmes técnicamente modestos pero narrativamente ambiciosos. Y hermosos. La indomable Rosetta y el fiel Igor ambos prematuramente adultos, viven sus conflictos con la cámara de los belgas detrás del hombro. El compromiso de los directores es no separarse ni un momento de sus personajes. Lo cumplen literalmente. Cualquier propuesta que muestre las grietas de la opulenta Europa es un filme vencedor aunque sea ya solo por la apuesta, más si la historia se desarrolla en Bélgica como su propio aneurisma cerebral. Así es el caso de las tres. El hijo (Le fils, 2002, Mejor Actor en Cannes, Olivier Gourmet) no tiene nada que envidiar a las anteriores. Poderosas interpretaciones, personajes (per)seguidos en clave documental y un bello mensaje de perdón y superación de la tragedia personal e intrasnferible.
La ganadora del festival de Cannes de 2010, la tailandesa El tío Bomme recuerda sus vidas pasadas (Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives; en thai: ลุงบุญมีระลึกชาติ) es una buena declaración de intenciones, pero su victoria en el certamen más importante del mundo lo explica -dicen- la baja calidad de los contendientes ese año. Yo añado: y esta crisis de la percepción en que vivimos desde que Internet llegara para quedarse. Es un cine, además, que aprovecha el atávico sentido de culpa del occidental con respecto al tercer mundo, además de nuestra inevitable vocación de turistas de parajes exóticos (Tailandia en este caso).
La tecnología digital ha posibilitado lograr productos de alta factura técnica, como este, sin necesidad de filtros industriales. Para quien entienda lo industrial como una rémora, la cuestión solo puede ser beneficiosa. La tecnología también ha cambiado en lo que se refiere a la distribución y exhibición de cine. Pero no, en cambio, la simplísima ecuación de que para que un filme sea rentable (o sea, no infle la deuda) es necesario que haya un número de gente suficiente dispuesta a pagar por verlo. Lo cierto es que la propuesta del joven tailandés Apichatpong Weerasethakul es imposible que vaya más lejos de algunas salas (públicas) festivaleras (y museos). A medio camino entre el cine narrativo inmóvil de silencios prolongados y el cine-ensayo de toda la vida es un cine condenado a ser ineficiente en lo económico desde su planteamiento. Casi una decena de productores multinacionales en este caso se asocian a la caza y captura de unas ayudas (públicas) para un filme que desde su concepción sabe que no ofrecerá retorno. Entre estos, el catalán Lluís Miñarro, a quien hemos visto pasearse de monje tibetano por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y en cuyo festival, después de mimarlo años y años, lo condecoraron hace apenas seis meses (inflaron su currículo y la ciudadanía, ajena por supuesto a estos tejemanejes, respondió con el lógico vacío estrepitoso). Queremos pensar que si el tailandés supiera qué disfraces visten algunos de sus defensores (o de qué manera mudan las chaquetas en función del color político) cambiaba no de oficio sino de especie. Se haría simio, por nombrar una que tiene más futuro por lo que este verano pasado nos ha vuelto a recordar el cine.
Fotografías, de arriba a abajo:
1) Sam Sheppard en Días del cielo (arriba) y Blackthorn, sin destino.
2) El simio promocional de la original El planeta de los simios (izqda.) junto al digital de El origen del planeta de los simios.
3) Arta Dobroshi (Lorna) y Jérémie Renier (Claudy) en El silencio de Lorna.
4) Cartel promocional en alemán de El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas.
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A mi super8 me parece un quiero y no puedo. Un intento de aproximarse al espíritu de películas ochenteras del estilo ET o los Goonies, pero se queda en eso, en un intento.
La historia está manida hasta más no poder y los personajes de los niños son arquetípicos hasta la nausea: el gordo listillo, el pequeñajo cabroncete, el prota que acaba de sufrir una desgracia y la chica guapa.
Entretenida es, pero desde luego, cualquier comparación con las ya mencionadas ET, los Goonies o Cuenta Conmigo, por ejemplo, es un auténtico insulto.
Gracias por el comentario. Es evidente que no resiste la comparación con E.T., por ejemplo. Solo basta ver la repercusión. Pero a mí me parece que tomárselo como un insulto es asunto que tiene que ver en lo personal. A mí -que lloré como un tonto con E.T. pero no guardo muchas simpatías en general por este tipo de pelis- me parece que solo es una estrategia de marketing. Un abrazo!
Permita que discrepe respecto a dos argumentos planteados en su texto que me parecen harto discutibles. El primero es el sofisma de que el cine deba valorarse exclusivamente en términos de rentabilidad económica. Que el criterio objetivo último para determinar la importancia de una película se reduzca a su ‘eficacia económica’ o a los ingresos en taquilla incurriría en la vieja confusión denunciada ya en su día por Antonio Machado.
El otro es el ardid empleado para abajar la importancia del triunfo de Uncle Boonmee en el ‘certamen más importante del mundo’. Creo que un vistazo a la selección a concurso del 2010 bastaría para tirar por tierra tal tesis. Recordemos que, entre otros, competían ‘Tournée’, de Matthieu Amalric, ‘Des hommes et des dieux’, de Xavier Beauvois, ‘Biutiful’, de Alejandro González Inárritu, ‘Another Year’, de Mike Leigh, ‘My Joy’, de Sergei Loznitsa, ‘Poetry’, de Lee Chang-dong y -nada menos- que ‘Copie conforme’, de Abbas Kiarostami.
Un saludo.
Muchas gracias por el comentario. No creo que haya escrito nunca que el cine solo debe verse en términos de rentabilidad económica. Para nada. El cine es mucho más que «dinero», aunque también mucho más que «arte». Sí pienso que hay una pugna entre los que quieren imponer ver cine que no busca rentabilidad económica en salas comerciales, o se lamentan de su no presencia en ellas tratando al público que acude de seres menos inteligentes que ellos. Eso pasó, pasa y me temo que seguirá pasando. Creo por otro lado que es importante que los mecanismos de ayudas públicas de todos los estamentos que las conceden -no solo las más avanzadas- consideren un control muy exigente de las mismas y retorno en el caso de beneficio económico.
Respecto a la segunda cuestión en el texto puse, si no recuerdo mal, «dicen», es decir, por suerte o por desgracia no estuve en Cannes. Lo reproduzco porque lo he leído en más de una ocasión en diversos medios, especialmente comparándolo con la edición de 2011. Seguro que no será la opinión de todos, pero después de ver Uncle Bonmee con más de un año de retraso (el problema de estos filmes es que al final o los ves pirateados o no los ves) me resulta verosímil. Entiendo por tu listado que piensas que hubo películas de gran nivel. Yo hasta que las vea no puedo decirte. La de AW fue una decepción y no porque en absoluto fuera comercial. Si entendiste eso, me expresé mal.
Saludos,
Luis.
Muy interesante. Gracias.