Viajeros Urbanos, la extensión en Internet del suplemento El Viajero de El País, me publica hoy con el título En lo más recóndito de Gran Canaria un artículo sobre una preciosa casa rural -con piscina- ubicada en un lugar fantástico, El Risco de Agaete, a mitad de camino entre Agaete y La Aldea de San Nicolás.

Muchas cosas son recomendables de la casa (para eso mejor leer el artículo picando aquí) pero lo recóndito y hermoso del paraje, la ausencia de redes avanzadas de telecomunicaciones -que obliga sí o sí a desconectar de redes sociales- y la presencia muy cercana de un lugar tan insólito como el Charco Azul, donde en época de lluvias es posible bañarse bajo las cascadas que bajan vertiginosas desde el pinar de Tamadaba, a 1.500 metros de altura, son quizás sus principales puntos fuertes.

Para acceder a la publicación en El País pica aquí.

Finalmente, el texto publicado no incluyó este primer párrafo que pretendía sumergir al lector en el lugar en una atmósfera onírica y romántica. Son cosas habituales de la edición de los textos periodísticos, que pasan por varias manos antes de ver la luz. En mi experiencia desde 2003 con El País, estas consideraciones siempre son del todo respetables y, en el 99% de los casos, mejoran el texto original.  Pero el párrafo me gusta mucho y por eso aquí sí lo incluyo a modo de extra, para la consideración del lector. Lo escribí la primera mañana que me desperté en la casa, con mi pareja aún descansando. Y me dio lata. Hasta que aparecieron los dinosaurios: Introducir este elemento me permitió ligarlo con el párrafo final. Lo que viene a continuación debe leerse inmediatamente antes del primer párrafo del artículo publicado en El País:

Lo primero que sintió del nuevo día fueron dos kikirikís del gallo del vecino. El primero le despertó el cerebro. Con el segundo entreabrió los ojos un minuto después. La luz comenzaba a colarse por el tragaluz rectangular del techo del dormitorio. Dormía acurrucado a su pareja. Había soñado con dinosaurios. Frente a la cama, el televisor mostraba en la pantalla el menú de la película “Paris, je t’aime” que dejaron sin terminar la noche anterior. Virgina y Branko, los arrendatarios, les habían ofrecido la posibilidad de cerrar la claraboya gracias a un rústico sistema de poleas. Pero durante los cinco días en la casa habían elegido despertarse así. Dejándose acariciar por el cosquilleo creciente de la luz.

Finalizo el post con una colección de fotos propias que son una diario de mi estancia. Y apuntes para el texto. Fueron realizadas con el Iphone y colgadas en la red social Instagram a mi vuelta a la civilización.