Tristana (Luis Buñuel, 1970) vive. Sonríe. / Boicot al negocio del fútbol


Si por algo merece que se siga difundiendo la carta del distribuidor Adolfo Blanco al ministro José Ignacio Wert sobre la difícil coyuntura del cine español en los tiempos que corren es por la disección que hace del fútbol como uno de sus principales enemigos externos. Del negocio del fútbol habría que precisar. Deporte solamente para el forofo y el ingenuo que retrata a España como un país vendido al improductivo encanto de lo irracional que tampoco en esto ha superado la fatal herencia de 40 años de franquismo, dictadura aquella que entronizó no solo el funesto doblaje al español de películas sino tambien al mal llamado deporte rey para, ayer como hoy, mantener distraída a la plebe de lo importante, las cosas que de verdad hacen grande a una comunidad.

Esta diatriba no tiene que ver con el grupo de chiquillos que juega a darle a una pelota de plástico en una plaza soñando con ser futbolistas de mayores. Pero no puede ser que medio país del faro de Orchilla al cabo de Creus esté conmocionado por la renuncia del entrenador de uno de los equipos representativos de una ciudad costera española mientras la otra mitad, del Cabo de Gata hasta Finisterre -que representa a otro de los equipos de otra ciudad del país-, esté emocionado por la misma noticia que es portada con foto de todos los periódicos, también de los serios, y llena artículos de opinión de todo tipo de columnistas hasta una semana después de producirse la noticia. La pobreza económica de España también se explica porque sus clubes de fútbol, futbolistas y entrenadores sean las principales referencias de su población para hablar de algo cuando se trata de hablar de cualquier cosa. Y los árbitros hasta hace poco ese oscuro objeto de desprecio.

Por si no se sabía lo suficiente, lo repetimos aquí para finalizar esta entrada: el autor que mejor trasladó las ideas surrealistas a la gran pantalla se apoyó en el realista Galdós como en ningún otro. Dicho de otra manera, Luis Buñuel, el mejor cineasta español de todos los tiempos, se apoyó en el mejor escritor español después de Cervantes.

El gobierno que vela por el interés común debe obligar al sector futbolero a una reconversión si de verdad se cierne una amenaza sin precedentes con tanto recorte, tanta restricción, sobre sus millones de clientes en España. Que para empezar paguen los 700 millones que deben a la hacienda pública sin moratorias. Hasta tanto, que éstos dejen vacíos los estadios en citas como las de la semana pasada en el Santiago Bernabeu y el Nou Camp. O cambien de canal en el televisor con más razón ahora que hay decenas de alternativas mejores. O lo apaguen. Sería un sueño. Es muy poco lo necesario para que todo empiece a mejorar. Y si hay que empujar, vean como hasta don Luis Buñuel empuja, a sus 70 años.

El complemento necesario a esa España subdesarrollada -y subdesarrollante, precisaría Mario Benedetti- que con fiereza retrata el sobredimensionado boom en España del negocio del fútbol lo constituye la película «más española» (así lo publicitaba con acierto el tráiler) del director español más universal: «Tristana» (Luis Buñuel, 1970), nominada al Oscar, filme que arranca, muy ilustrativamente, con una secuencia en la que unos muchachos juegan un partido a las afueras de la ciudad. Para Buñuel, es su única película que solo podía haberse rodado en España. La triste Ana (Catherine Deneuve) acogida desde niña por un caballero “de los que ya no quedan», don Lope Garrido (Fernando Rey), pasados los años se ha convertido en una hermosa joven que es hija y esposa a tiempo parcial y según le convenga al viejo verde, un español de Toledo categórico, socialista y anticlerical. ¿De verdad ha cambiado tanto España? Lo indudable es que Tristana es una bomba que estalla con efecto retardado, como la calificó el añorado Ángel Fernández-Santos según Víctor Fuentes en el imprescindible Los mundos de Buñuel, Akal, 2000-. Es un film que adquiere nuevos significados a medida que se piensa sobre él.

Don Lope, cuya cabeza decapitada convertida en badajo ve Tristana en sus pesadillas recurrentes, se clava un puñal por la espalda con cada frase que pronuncia. Es un fraude, aunque sus frases sean también el reverso necesario de una sociedad esencialmente atenazada e hipócrita. Hundida. Y cuando Tristana se enamora de un guapo pintor de similar edad y posibles (Franco Nero), esa relación lanza de bruces contra suelo al ridículo caballero. Años después, una fatal enfermedad que deviene en amputación de la pierna derecha devuelve a la joven a los regazos del enriquecido Lope. Si Tristana ha vuelto para quedarse o vengarse de don Lope es algo que deberá descubrir el espectador. No sabemos si Tristana se ha propuesto amar o matar a don Lope, y en caso de que sea la segunda opción, si lo matará de calor o de frío. Pero sí anticipamos que ha devenido en ser amargado, hipócrita y perverso. ¿Una copia mejorada de Lope? Antes y después del circular desenlace ella seguirá sonriendo con mirada de deseo al hijo sordomudo de la criada Saturna (Lola Gaos). O vengándose con él. Es por eso que el muchacho Saturno (Jesús Fernández) se pasa las horas masturbándose en el baño.

Rodada en un tiempo indeterminado del pasado cercano en una ciudad de Toledo tomada por curas, monjas y guardias civiles, la segunda adaptación de una novela de Benito Pérez Galdós de Luis Buñuel, tras Nazarín en Méjico doce años antes, es además la constatación definitiva de la influencia que el escritor canario ejerció sobre el aragonés, influencia que es la única que el de Calanda reconoció en unas conversaciones con Max Aux, según revelador descubrimiento de la filóloga y cineasta Arantxa Aguirre. Si algo distingue a Buñuel de otros cineastas es su seguridad intelectual y autoridad moral para trazar en películas alimenticias o personales un pensamiento audaz, irreverente, anticonvencional, declaradamente contradictorio; un pensamiento radical, individualista aunque ferozmente comprometido con la complejidad del hombre más allá de los clichés, plenamente contemporáneo.

La pobreza económica de España también se explica porque sus clubes de fútbol, futbolistas y entrenadores sean las principales referencias de su población para hablar de algo cuando se trata de hablar de cualquier cosa.

Por si no se sabía lo suficiente, lo repetimos aquí para finalizar esta entrada: el autor que mejor trasladó las ideas surrealistas a la gran pantalla (durante toda su filmografía aunque sea más evidente en sus primeros filmes, Un chien andalou (1929) y L’âge d’or (1930), se apoyó en el realista Galdós como en ningún otro. Dicho de otra forma, el mejor cineasta español de todos los tiempos se apoyó -de forma clara desde la etapa mejicana que inicia en 1949 El gran calavera– en el mejor escritor español después de Cervantes. ¿Contradictorio? Nada de eso. La vida lo mismo es sueño que vigilia que plena lucidez cuando estamos despiertos. ¿O acaso no forma parte todo del mismo desvelo?

Con sumo atrevimiento, he tomado prestadas viñetas de El Roto y de Forges publicadas en diario El País en fechas recientes para las imágenes que abren y cierran este texto. En las fotos de Tristana, de arriba abajo, Luis Buñuel empuja la silla de Catherine Deneuve en una pausa del rodaje del filme; collage de carteles del filme para varios países, y Tristana inclinada ante la tumba del cardenal Tavera, esculpida por Berruguete, en un conocido momento del filme.

3 comentarios en “Tristana (Luis Buñuel, 1970) vive. Sonríe. / Boicot al negocio del fútbol

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