«Rebelde, alegre, violenta y contundente.” Así calificó el actor Leonardo Sbaraglia el filme “Relatos salvajes” cuando recogió en nombre de su director, Damián Szifrón, el Premio del Público a la Mejor Película Europea, en la gala de clausura del pasado festival de cine de San Sebastián, celebrado entre el 19 y el 26 de septiembre pasados. Yo solo añadiría excepcional. La película es una coproducción hispano-argentina en la que participa la productora de cine, El Deseo, de los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar. Se estrena el próximo 17 de octubre.
Aunque “Relatos salvajes” es el mejor filme de los vistos durante el festival sería injusto no destacar que fue el documental de Wim Wenders “La sal de la tierra”, sobre el fotógrafo social brasileño Sebastiao Salgado, el que se alzó con el Premio del Público en su categoría absoluta. Lo codirige con Wenders el hijo del fotógrafo Juliano Ribeiro Salgado. Quienes lo han visto dicen que el relato de algunas de las mejores imágenes de Salgado, explicadas por él mismo y con la voz del propio Wenders, es necesario y conmovedor.
Pero la sensación es que «Relatos salvajes» juega en una categoría superior. Para mí ya está entre uno de los filmes de la década. Interpretado, entre otros, por Ricardo Darín, Óscar Martínez, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Erica Rivas, y Leonardo Sbaraglia, lo componen seis cuentos independientes con unidad temática: son mayúsculos e ingeniosos retratos de la condición humana a través de la descripción de situaciones en las que personas normales son empujadas a situaciones extremas.
“Lo que ocurre en este país es que todos se andan quejando pero nadie tiene el coraje de hacer nada de verdad por cambiar la situación,” viene a decir uno de los personajes refiriéndose a Argentina antes de lanzarse a consumar su asesinato. ¿Les suena? Ni un solo espectador queda a salvo del colmillo de Szifrón, en algún momento del filme todos quedamos señalados, malheridos. Se estrena el 17 de octubre en salas comerciales en España.

Los hermanos Almodóvar y el director Damián Szifrón, en la rueda de prensa de «Relatos Salvajes». / MARTA DE SANTA ANA
La extraña chica mágica
No es bueno dejarse llevar por titulares fáciles. Mejor sería aceptar que el palmarés del 62 festival donostiarra ha premiado en exceso al cine español este año. Quizás por la presencia como presidente del jurado del productor español Fernando Bovaria, de prestigio en el sector, un defensor de la maltrecha industria española. Quizás el efecto de la gastronomía vasca que también se disfruta durante el festival haya servido para conjurar al jurado para dar un empujón al cine local. Quizás haya sido que un 40% de las películas del certamen tenían producción española.
Había propuestas de más méritos que la ganadora de la Concha de Oro “Magical Girl”, que además se alzó con el premio al mejor director para Carlos Vermut. Sin ir más lejos, el filme norteamericano de la Sección Oficial, “La entrega”, cine negro y filme póstumo del ‘Soprano’ James Gandolfini, con un gran Tom Hardy encabezando el reparto, actualmente en cartel. O “Haemoo”, el surcoreano, mi favorito. O la francesa “Una nueva amiga”, de François Ozon, sobre las cada vez más estrechas fronteras de la identidad sexual. O la india “Tigers”, de Danis Tanovic, el filme sobre las muertes de niños indirectamente causadas por la multinacional Nestlé en Pakistán; o la francesa “Wild Life”, sobre la historia real de dos niños que estuvieron once años secuestrados en Francia, que sí recibió el Premio Especial del Jurado.

José Sacristan interpreta en «Magical Girl» a un profesor al que -deducimos- debió pasarle algo excepcionalmente grave con su alumna Bárbara.
Pero la propuesta de Vermut –su segunda película- ganó por su capacidad para transmitir originalidad, humor, osadía y emoción. Su interesante thriller cubista en la primera media hora hace estallar en carcajadas al espectador. Pero también tiene agujeros. Es forzadamente redonda, cuenta con interpretaciones desiguales y es compleja de explicar. ¡Hasta para el propio director! «Confío en la inteligencia del espectador para que sea él quien complete la historia», afirmó el madrileño en la rueda de prensa. También vino a decir que ni él mismo sabría decir qué ocurre en algunos pasajes que no enseña de su historia.
Cineastas y administración pública son culpables a partes iguales del mal estado del cine español, al que el tsunami de Internet y las nuevas tecnologías ha pasado por encima. Los primeros, porque no han sabido unirse en décadas para la consecución de un modelo viable de apoyo que evite la tosca identificación del cine con el posicionamiento político de algunos de sus cineastas, un modelo que además castigue a los cazasubvenciones. La administración, por no ser capaz de responder con autoridad y controles a las demandas de un sector de potencial capacidad industrial y que proyecta como pocos la marca del país en el exterior. Obviamente no es por sequía de talento.
Es por ello plausible la iniciativa encabezada por Manuel Gutiérrez Aragón -presentada el último día del festival- para la celebración de un gran Congreso de Cine en 2015 que aúne posiciones de los distintos agentes implicados frente a los Gobiernos, superando los intereses particulares. La cita, dicen, podría ser continuación del histórico I Congreso Democrático del Cine Español celebrado en diciembre de 1978.

Compañero de excepción en el piso este año fue el productor de televisión Santiago Falcón, que sabe más de cine e industria audiovisual que todo un aforo completo del Kursaal (al fondo), 1.800 personas. En el ‘selfie’ de José González, con Marta de Santa Ana y conmigo.
Otra iniciativa novedosa anunciada en el festival fue que está a punto de aprobarse en Cataluña la denominada Tasa de Audiovisuales, que gravará a las compañías de telecomunicaciones veinte céntimos por cada línea de datos que tenga instalada, dinero que, en este caso, se prevé que vaya íntegramente destinado al cine catalán. Desde hace diez años, las compañías de telecomunicaciones se han lucrado de manera infame gracias a la promoción de líneas de banda ancha, a través de los cuales se han promovido la descarga (ilegal) de millones de contenidos audiovisuales sin que éstas hayan hecho nada por impedirlo.
Por otro lado, en la agenda de The Industry Club, se tocaron asuntos referidos a incentivos fiscales en países como Colombia, Canadá, Brasil, México, República Checa y República Dominicana. El caso de Canarias se conocía, aunque nadie representaba a las Islas en San Sebastián justo el año donde la producción de rodajes ha explotado por este tipo de incentivos. A quién le importa.
Lo cierto es que la diferencia entre las propuestas francesas y las españolas eran apabullantes, las primeras de enorme potencia, diversidad y, en general, calidad, y las segundas irregulares, atribuladas y precarias. “La Isla Mínima” no es el mejor filme de Alberto Rodríguez aunque la promoción del thriller nos quiera hacer creer que estamos ante una obra maestra. La interpretación de Javier Gutiérrez (Concha de Plata al Mejor Actor) es brillante, lo mismo que la fotografía (Mejor Fotografía del festival), aunque lo excepcional también es el espacio de las marismas del Guadalquivir donde se filmó. Pero el filme se resuelve de forma atribulada, su desenlace no es brillante, aunque sí en cambio la coda con la reflexión sobre los dos polícías protagonistas. Cuenta además con algunas interpretaciones secundarias que no están a la altura y el arranque lo bajan a la categoría de película entretenida. Películas anteriores del andaluz Rodríguez (“7 vírgenes”, “After”, “Grupo 7”) me resultaron más novedosas e interesantes.

José Antonio González posa delante del cartel más resultón de este año, aunque la película no estuviera a la altura. /LUIS ROCA ARENCIBIA
¿Y qué decir de “Murieron por encima de sus posibilidades”, del tan lúcido como sobrevalorado Isaki Lacuesta? Las palabras que dijo en la presentación del filme están muy por encima que su gamberrada sobre seis desquiciados que huyen de un manicomio decididos a secuestrar al presidente de Banco Central. «La verdad es que no hay mejor escenario para explicar España que un manicomio. Este país es un esperpento pero ya no al modo en que lo concibió Valle-Inclán, ya no necesitamos vernos en espejos deformes para asumir lo que somos, sino que basta cualquier espejo.»
Ternura y buen sexo
En un buen festival de cine lo de menos es la calidad de las películas mientras los programadores respeten al público –en los malos no sucede- y las proyecciones se realicen con condiciones técnicas lo más cercanas posibles a óptimas. Lo de más son las ventanas que se abren en cada proyección. Ajenas a la cotidianeidad del espectador en la mayoría de los casos, impredecibles en la mejor de las predisposiciones posibles, que es enfrentarse a la que venga con los ojos cerrados, sin juicios previos. Cada ventana es, también, la proyección de un trabajo ingente, desconocido en su dureza y complejidad para la mayoría. Detrás de cada encuadre, de cada movimiento de los actores, de la lluvia aparentemente real que cae y moja a aquel transeúnte que pasea con un perro. Hacer cine es mil veces mejor que verlo.

El directos surcoreano de «Haemoo», Sungbo Shim, recibió los aplausos del respetable tras la proyección en el Kursaal. /LUIS ROCA ARENCIBIA
Mi película favorita de la Sección Oficial del festival fue “Haemoo”, del surcoreano Sungbo Shim, también escritor de la película. El filme -basado en un hecho real- se desarrolla casi íntegramente en un pesquero de gran tonelaje. Por codicia el cornudo capitán Kang se dedica a conducir a inmigrantes ilegales chinos a su país. Una de las virtudes del filme es su gran potencia visual. Otra el tránsito por distintos géneros, pues empieza a modo documental para apuntar a un drama familiar que se transforma en espeluznante drama social y concluye siendo una opresiva película de terror extremo. Y con goterones de comedia en cada uno de los tramos.
Otra virtud del filme es la línea de evolución de sus personajes. Mientras algunos de la tripulación de despertar compasión terminan aterrando como Kang, otros enamoran, como es el caso de la bellísima inmigrante. Y qué decir del portentoso Dong-sik, que se forjará como un héroe de los de antes, un dios a su pesar. La historia de amor de la pareja está escrita con ternura entre ráfagas de buen sexo y la creciente espiral de violencia a la que la pareja deberá enfrentarse.
Descuartizados por vía anal
El festival empezó con luces y sombras. “P’tit Quinquin” (Bruno Dumont) abrió la cita a las nueve de la mañana en el Teatro Principal. La película, de tres horas y cuarenta minutos de metraje, se abre con un inquietante dilema. ¿Quién descuartizaría el cuerpo de una mujer y lo metería en trozos por el culo de una vaca? ¿Desvelará el enigma de este y más atroces asesinatos el extravagante comisario Van der Weyden, conocido por ”La Niebla”? El divertidísimo filme de Dumont iba a ser una miniserie, pero al final los cuatro capítulos se han empalmado y este es el resultado.
«P’tit Quinquin» empieza siendo hilarante, pero acaba encogiendo el corazón. Sucesos surrealistas, absurdos y desconcertantes se suceden durante las dos primeras horas de metraje con el muy gesticulante comisario como eje. A partir de la tercera hora las risas se congelan. Dicho esto, las más de tres horas de duración siempre son excesivas, duerme las piernas y obliga a posturas imposibles en una sala como esta que precisa de una renovación de sus butacas.
Una de las secciones de referencia del festival, Perlas, proyectó la que hasta ahora es la peor película vista en los seis años que llevo acudiendo a la cita, “Difret”, del etíope Zeresnay Berhane Mehari, con Angelina Jolie como productora ejecutiva. Quizás la actriz haya tenido que ver para que este muy televisivo filme sobre la precaria situación de niñas y mujeres en el país africano ganara el Premio del Público en el festival de Sundance. De buenas intenciones están los programadores llenos. Una horas antes, el español afincado en Canadá Xavier Dolan presentaba “Mommy”, Premio Especial del Jurado del pasado festival de Cannes. El filme, rodado en inusual formato vertical, con momentos de gran intensidad e interpretaciones de altura, cuenta el un triángulo entre un hijo con múltiples trastornos, su corajuda madre y una vecina que no es feliz en su matrimonio.
Cuba en el diván
Un enjambre de más de treinta surferos flota sobre sus tablas en la playa de Zurriola, detrás del Kursaal de Moneo, sede principal del festival. El sol aún no ha asomado por detrás del monte Ulía, de 235 metros de altura máxima. Son las ocho y cuarto de la mañana. Si la sección Perlas trajo a San Sebastián filmes que fueron muy bien recibidos por el público, como ”Winter Sleeps” (Nuri Bilge Ceylan), Palma de Oro del pasado festival de Cannes, o “The Tale Of The Princess Kaguya«, película de animación del japonés Isao Takahata, no me emocioné con ninguna película hasta el filme del francés Laurent Cantet, a dos días antes del final del festival. “Regreso a Ítaca” lo disfrutarán especialmente quienes sientan magnetismo por Cuba y su cine.

Cartel de la bonita y emocionante director de «La clase», Laurent Cantet, sobre un grupo de viejos amigos que se reúnen tras la vuelta de Amadeo del exilio.
Ítaca (esto es, Cuba, La Habana) es el sitio donde vuelve Amadeo después de quince años exiliado en España. El filme cuenta su primera cita con el puñado de amigos de juventud. Hablan entre tanto de The Beatles y como la película transcurre casi íntegramente en una azotea, a mí me hace recordar el famoso concierto en Londres de los de Liverpool. El filme del Cantet parece una pieza teatral por esa condición de escenario casi único y la importancia de la palabra durante todo el metraje.
Muchos hemos oído mil veces las razones, argumentos, lamentos, desencantos y alegrías de unos y otros. Pero eso no impide que no queramos volver a escucharlos otra vez. La isla, como dicen los protagonistas, estuvo un tiempo en el centro del mundo. Muchos pensaron que podría cambiar el mundo. Sea documental, drama, comedia, policíaca o película de vampiros, Cuba se sienta en el diván cada vez que se rueda una película en la isla.

Amanecer en la ría de San Sebastián, desde el piso de los canarios en la calle General Jáuregui del casco viejo, que este año se superó con respecto a los anteriores gracias a la gestión de producción de Marta de Santa Ana.
Chastain en claroscuro
Como cada año, el festival fue un ir y venir de estrellas y rostros de sobra conocidos. Los más destacados este año Denzel Washington y Benicio del Toro, los dos Premios Donostia por toda la trayectoria cinematográfica. Washington -consagrado al teatro en los últimos años- volvía a actuar en “El protector” para Antoine Fuqua, con quien había logrado hace trece años el Óscar al Mejor Actor Protagonista en “Training Day” (2001). También acudieron, entre muchos otros, Antonio Banderas, Pedro Almodóvar, Orlando Bloom, Ricardo Darín, John Malkovich, Viggo Mortensen, Nikolaj Coster-Waldau, Willem Dafoe, Emma Suárez, Jorge Perugorría, Leonardo Sbaraglia, Josh Hutcherson, Claudia Traisac y Julie Gayet.

Jessica Chastain y James McAvoy protagonizan el filme sobre una mujer que sufre un golpe de los que cambian la vida.
Pero la luz que más brilló en Donostia era de dulces tonos rojizos y vino a presentar la película que protagonizaba y coproducía, “La desaparición de Eleanor Rigby”. Jessica Chastain ha llegado a estar en la relación anual de las 100 personas más influyentes del mundo según Time. En su filme, la joven Eleanor Rigby intenta en vano desaparecer tras un suceso de los que te cambian la vida. Aprender a seguir viviendo es de lo que trata este bonito drama coprotagonizado por James McAvoy. Se agradece la presencia de William Hurt como padre, un catedrático que se esfuerza por hacerse entender por su hija. El filme de Ned Benson deambula sin grandes picos emocionales, se consagra en hacer ver al espectador el delicado perfil psicológico de los personajes.
Un criminal de prestigio
Cerró el festival Benicio del Toro con su interpretación del narcotraficante Pablo Escobar en «Escobar: Paraíso perdido». Benicio del Toro, casi tres décadas de cine, Premio Oscar por»Traffic» (2000) , el actor que produjo y dio vida al Che Guevara, papel por el que obtuvo premio en el festival de Cannes.Y es cierto que con nada más que tres apariciones iniciales el puertorriqueño clava el personaje de Pablo Escobar, uno de los criminales con mayores méritos del pasado siglo XX, que ya es decir. Él decía que exportaba el producto nacional colombiano fuera del país, y lo hacía bien, extorsionando y asesinando cuando era necesario. Llegó a poner al Estado colombiano de rodillas. “He visto el alma de muchos hombres pudrirse con la cocaína,” viene a decir en algún momento.

Benicio del Toro clava al narco Escobar con solo tres apariciones, aunque el filme se distancia después de él para centrarse en el personaje de Nick.
La historia de este filme de Andrea Di Stefano, primero del italiano residente en Estados Unidos, se cuenta desde la perspectiva del canadiense Nick, novio de una bella sobrina del narco. Sus ojos son, así, los ojos del espectador occidental. En el transcurso del filme comprende que paraíso e infierno son dos ideas que viajan irremediablemente de la mano. No es un filme de autor, su intención es comercial. Se echa en falta veracidad, sentirte de verdad navegando dentro de ese mundo de excesos y putrefacto. Y más ambición en el guión.
El filme yerra especialmente cuando se centra en mostrarnos la evolución del joven canadiense, pues su interés como personaje al lado del de Escobar es minúsculo. Pareciera como si Di Stefano quisiera tomarse distancia con aquel colombiano que quiso construir un telescopio gigantesco para comprobar si Dios se estaba portando bien. “Por si las moscas, no sea que Escobar me pase a mí también la factura”, pensaría el director italiano, “mejor no estar en mi película más cerca de él que lo estrictamente necesario.”
¡Magnífica reseña y crítica del Festival de San Sebastían! Coincido contigo en tu valoración sobre «La isla mínima». Ojalá que se exhiba aquí el documental del fotógrafo Salgado. Un abrazo