Blade Runner, Carmina o revienta, El esfuerzo y el ánimo, Los seductores, La felicidad nunca viene sola / Meg Ryan, Paco León, Maurice Béjart, Ridley y Tony Scott. Comedias románticas / Más y menos cine. Nuevos tiempos, otras pantallas.


El momento es de los más apasionantes de sus 116 años de historia. El buen cine es cada día más. No el que exhiben las salas comerciales, que es cada día menos, asfixiadas esas pantallas en conglomerados multinacionales. El cambio al nuevo soporte, los nuevos equipos que lo hacen posible, permiten dejarse oír a cineastas sin tanto recurso.

Lo mejor que se puede decir de una comedia romática es que te has olvidado de que lo es. Siempre que pienso en ellas me acuerdo de Meg Ryan. Sin bótox.

Buenos y malos cineastas, claro. Los muy malos proliferan, pero eso, más que malo, es normal. El venerado francés Chris Marker, más que culto autor de culto oculto bajo hábil marca multinacional, dicen que advirtió al diario Libération sobre los peligros de esa “democratización de las herramientas”: “Ser dueño de una cámara de vídeo digital no confiere talento por arte de magia a alguien que no tiene ninguno o que es demasiado flojo para preguntarse a sí mismo si tiene alguno”. Por otro lado, las ventanas para ver cine son cada día nuevas. Las legales luchan en desigualdad de condiciones con las que no lo son; la costumbre ha convertido a las que no son legales en naturales. Ver una película pirateada en una pantalla de ordenador y pensar que de verdad has visto la película es como decir que has visto la Mona Lisa porque la buscaste en wikipedia. O la tienes en una postal. Pero ese listón se impone. El cine ya no es templo de emociones compartidas. Los más jóvenes lo desprecian. Ahora cada uno en su pantalla y Dios, al que no se le espera, en la de todos. Pero el cine sí seguirá siendo templo de lo intelectual.

Es frecuente con los nuevos medios que jóvenes directores se aventuren en el largometraje antes de ponerse a prueba con el corto. Allá ellos. Pero que no nos pasen a todos sus facturas.

Vivo en un espacio rodeado de mar de 850.000 habitantes donde la oferta cultural que vale la pena, toda ella sufragada con dinero público, son cuatro teatros, un auditorio, dos museos y un centro de arte. Sin embargo no se puede ver cine más allá de unas pocas pantallas con las butacas dispuestas en grada y ni soñando en versión original. No digamos ya cine de autor y en versión original. Eso dentro de poco será delito. Antes la razón era que la distribución y exhibición de cine se sostenían por sí solas. ¿Ahora porque hay infinitas maneras de piratearlo? Ya hemos llegado al tiempo en que es necesario apoyar la exhibición de cine en salas (el cine en pantalla grande) de la misma forma que se apoyan los museos, los teatros, los coliseos. Desde lo público, aunque hoy la expresión le chirríe a muchos.

Resulta que el hombre crea la supermáquina capaz de imitarlo en todo y al poco esta empieza a generar emociones. Por ejemplo amar. Resulta que las máquinas mueren por ello al cuarto año. Resulta que la más psicópata de ellas tiene la opción de morir matando al cazareplicantes Deckart y muere salvando. El miedo y amor son las dos cosas que mueven el mundo.

Hasta ayer mismo, se hacía menos cine en el mundo y las pantallas comerciales no habían menguado de esta forma a causa de la piratería. Pero la piratería también se ha hecho fuerte por las ridículas imposiciones sobre los derechos de visionado de las copias que los conglomerados impusieron desde Hollywood y gracias a los cuales a su vez se hicieron omnívoros sin que lo que ofrecieran fuera, la verdad, para tanto. ¿Y en España? Fenecido el sistema de subvenciones por su muy poca eficiencia (descanse en paz), a los cineastas no les queda otra que viajar, reinventarse. Las fronteras no significan nada cuando estás en condiciones de adquirir el conocimiento a golpe de ratón.

En España un actor metido a director exploró recientemente fórmulas alternativas de exhibición y su caso fue sonado precisamente porque Paco León es muy popular gracias a una serie hipercomercial de una televisión que combate con ametralladoras lo alternativo. Es frecuente con los nuevos medios que jóvenes directores se aventuren en el largometraje antes de ponerse a prueba con el corto. Allá ellos. Pero que no nos pasen a todos sus facturas. León dio un paso y puede ser un símbolo para que los que guardan las llaves de las nuevas formas de comercializar cine empiecen a buscarlas. Su película, Carmina o revienta es un falso documental del que me evadí, igual que Marta y nuestra amiga Alexandra, que dirige exitosas series de televisión. No nos interesaba nada lo que nos contaba. ¿No era todo demasiado gratuito? La escatología puede parecer un recurso chabacano y fácil si no se usa con naturalidad o ironía, véase Luis García Berlanga. Entiendo, pues, que León haya financiado su documental -que logró premios en casa, o sea, en el Festival de Málaga– con dinero propio. No me parecería normal que hubiera encontrado ni subvenciones ni un productor para sacarlo adelante. Y si con lo poco que dicen que costó logró beneficios y si esas rentas han sido suficientes como para que la experiencia haya valido la pena, enhorabuena a la familia. Eso es el cine. Invertir (intelectual, económica, emocionalmente) lo necesario para que el esfuerzo de años al final del camino no te lastre. Que el viaje haya valido la pena.

En el lado opuesto, una amiga me informa que su documental El esfuerzo y el ánimo (Arantxa Aguirre, 2009), puede ya descargarse en iTunes. Esto fue lo que escribí de él en su momento: “Gracias a Rosa María Quintana -algo así como un Atticus Finch o Tom Doniphon de la gestión cultural en la isla- conocí a Arantxa Aguirre y del encuentro surgió un proyecto conjunto sobre Galdós y Buñuel que pudimos exportar internacionalmente. Claro que Arantxa es mucho más. Los documentales con su marido José Luis López-Linares han estado a las puertas de obtener el Goya en varias ocasiones. También es suyo un documentadísimo libro con entrevistas con actores que hablan del oficio, entre ellas su madre Enriqueta Carballeira. Un minidocumental suyo se proyectó en el cine Doré, sede de Filmoteca Española, coincidiendo con la muerte del gran Fernando Fernán Gómez, sobre su féretro. El esfuerzo y el ánimo, cuyo título nace de una cita del Quijote, reivindica la continuidad del Béjart Ballet Lausanne tras la muerte en 2007 del genio de la danza Maurice Béjart. Su sucesor, el aventajado discípulo Gil Roman, debe seguir los pasos del maestro. La continuidad del ballet dependerá de cómo recibirá el público a la compañía sin las coreografías de Béjart. Lejos de experimentos formales que la causa no puede permitirse, el filme es un acercamiento poderoso y tierno al mundo de la danza por quienes conocen ambos oficios con sabiduría que no se aprende sólo en las escuelas. La dirección de fotografía es bella; el guión y montaje precisos. Aguirre se permite incluso un momento de humor malicioso cuando muestra la visita del gordísimo alcalde de Lausanne días antes del estreno. Voluntario o involuntario, es una acertada pinza dramática -esto es un guiño a mi querida Yolanda Barrasa– para situar al público frente al espejo y prepararlo de paso ante la incertidumbre de si el ballet será recibido con fatal indiferencia o bien acabará con los aplausos sordos de Roman -y el espectador- entre bambalinas.”

Si con lo poco que dicen que costó Carmina o revienta logró beneficios y si esas rentas han sido suficientes como para que la experiencia haya valido la pena, enhorabuena a la familia. Eso es el cine. Invertir lo necesario para que el esfuerzo de años al final del camino no te lastre. Que el viaje haya valido la pena.

Lo mejor que se puede decir de una comedia romática es que te has olvidado de que lo es. Un actor francés que físicamente se parece a Paco León, el marroquí de Casablanca Gad Elmaleh, protagonizó con los ojos más bonitos del cine, Sophie Marceau, una comedia romántica francesa que ha aguantado en cartel. La felicidad nunca viene sola (Un bonheur n’arrive jamais seul, James Huth, 2012) arranca bien y se mantiene así hasta el último tercio, cuando el motor de la trama afloja para salvarle los muebles a sus personajes. En conjunto es cursi y fofa, como toda comedia romántica, pero arranca sonorísimas carcajadas y al menos no es tan pretenciosa como aquella otra francesa Intocable (Intouchable, Olivier Nakache, Eric Toledano, 2011) que nos vendieron como imprescindible cuando solo estaba siendo supertaquillera. Su meliflua amabilidad no estaba exenta de hipocresía. Para ver el filme del francés Huth la sala de Cinesa El Muelle estaba llena de mujeres. Algunas pocas (como mi acompañante) con su pareja. Otra francesa menos comedia pero más romántica es Los seductores (L’arnacoeur, Pascal Chaumeil, 2010), mezcla de películas de timadores y comedia absurda a la que le ocurre lo contrario que a la protagonizada por Elmaleh y Marceau: tras un buen arranque y un desarrollo con altibajos remonta –y de qué forma- al final. Gran interpretación de los dos protagonistas, Romain Duris y Vanessa Paradis, especialmente ella. Contiene algunas secuencias que calan en lo más hondo. Las comedias románticas son a las mujeres -más dignas, más precisas- lo que un partido de fútbol a los hombres. Prefiero las comedias románticas y siempre que pienso en ellas me acuerdo de Meg Ryan. Cuando no lucía ese bótox indigno, claro. Técnica imprecisa que convierte los labios del usuario en réplica de los de un pato, que ha destrozado de forma irreversible carreras de formidables actrices.

Ya ha llegado el tiempo de apoyar la exhibición de cine en salas (el cine en pantalla grande) de la misma forma que se apoyan los museos, los teatros, los coliseos. Desde lo público, aunque hoy la expresión le chirríe a muchos.

«El miedo es lo que hace esclavos a los hombres» le dice el replicante mayor Roy Batty (Rutger Hauer) a su cazador cazado Rick Deckart (Harrison Ford) en el que para mí es el diálogo más memorable de una película llena de resplandores y que es un enorme fogonazo tres décadas después. Resulta que el hombre crea la supermáquina capaz de imitarlo en todo y al poco ésta empieza a generar emociones. Por ejemplo amar. Resulta que por ello las máquinas están programadas para morir al cuarto año. Resulta que la más psicópata de ellas tiene la opción de morir matando y muere salvando. Uno piensa en miedos terroristas, económicos, hipotecarios. En el miedo a la soledad. El miedo y amor son las dos cosas que mueven el mundo, por ese orden.

30 años pasaron desde que el 25 de junio de 1982 se estrenara Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Es un dique que resiste los embates del tiempo. Por la ambigüedad de sus personajes, hombres y máquinas. Por su sentido fatalista. También por su enorme final esperanzador. El éxito de Harrison Ford como el indomable Han Solo en La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) y la recomendación de Steven Spielberg durante el rodaje de En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) le dio el papel protagónico tras la renuncia de Dustin Hoffman. La inolvidable música de Vangelis, cómo no (naaaa-naa-na-tan-tatan-tan / naaaa-naa-na-tan-tatan-tan), y la sobresaliente dirección de arte de Lawrence G. Paull, David L. Snyder y Syd Mead contribuyen a que la tercera película de Scott tras Los Duelistas (The Duellists, 1977) y Alien, El octavo pasajero (Alien, 1979) resista como obra de arte. También, presencias como la pintarrajeada Daryl Hanna (antecedente de Uma Thurman en los noventa) que parecía tan joven que los guardas de seguridad de los estudios de Warner Brothers en Burbank donde se rodó no la dejaban entrar. «¡Largo de aquí niña, que esto es un rodaje!» dicen que le decían. Blade Runner fue machacada por la crítica USA. Sí fue reconocida en Francia, cuna del cine.

El paso del tiempo agiganta lo que permanece; a lo demás lo manda al pozo del olvido. ¿Les suena Jesús Franco? Vi Blade Runner un sábado y en el buen libreto firmado por Toni García Ramón leí referencias a Tony Scott, hermano del director Ridley. El domingo por la noche soñé con su película Amor a quemarropa (True Romance, 1993), escrita por Quentin Tarantino. El lunes me levanté a trabajar y a las 6.50 encendí el telediario. La presentadora informaba de que Tony Scott se había tirado la tarde anterior por un puente en San Pedro (Los Ángeles). Nunca vi su película más aclamada, Top Gun, Ídolos del aire (Top Gun, 1986). Sospecho que es un horror. Quizás ahora lo haga.

Índice de fotos:

1) Collage de escenas de «Blade Runner».

2) Tres copias de la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci, junto a imágenes de «La felicidad nunca viene sola» (abajo izquierda); «Los seductores» (derecha arriba); cartel de «Carmina o revienta»; retrato del bailarín Maurice Béjart (abajo centro) y Primerísimo Primer Plano de Tony Scott (debajo derecha).

3) Meg Ryan, en una foto promocional, teñída de rosa.

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